Respiramos unas 14 veces por minuto, más de 20.000 veces al día, y por lo menos 526 millones de veces en el transcurso de una vida media.

Casi todas esas respiraciones son automáticas; por norma general, la respiración requiere tan poco pensamiento como bombear sangre o digerir la comida. Sin embargo, a pesar de la práctica que tenemos, casi todos lo hacemos mal. La razón es que casi nadie utiliza el diafragma como es debido: es decir, como el músculo principal para la respiración. Es consecuencia de la vida moderna. El estrés crónico, los hábitos repetitivos y la mala ergonomía provocan que el diafragma se utilice de manera deficiente. En lugar de ayudarnos a respirar, se redirige para que corrija la postura y dé estabilidad. El resultado es desastroso. No importa si eres un fumador de 80 años, un corredor olímpico de veintitrés o un tío acostumbrado a hacer deporte: lo más probable es que ahora mismo estés respirando de una forma que inunda tu cuerpo de hormonas del estrés, que dificulta la función de las articulaciones y la movilidad, que bloquea la energía y que repercute en tu rendimiento en el gimnasio y en la vida diaria. A razón de catorce veces por minuto, nos volvemos cada vez más débiles y más apagados. Lo que tienes que hacer es modificar ese patrón. El paso número uno para lograrlo es entender cómo está organizado el cuerpo.

 Respira salud habitos

Por fuera, perfecto pero por dentro…

Tenemos el hígado a la derecha y el bazo a la izquierda. Nuestro corazón se halla en la parte superior de la caja torácica y ocupa tanto espacio que, para albergarlo, el pulmón izquierdo debe ser más pequeño que el derecho (dos lóbulos en lugar de tres). Incluso las dos mitades (o foliolos) del diafragma tienen un tamaño y una potencia distintos. Todos y cada uno de los sistemas del cuerpo (el visual, el digestivo, el muscular, el respiratorio, el linfático, el neurológico) son asimétricos por naturaleza. Eso no es malo. Aunque estén organizadas de manera asimétrica, las estructuras corporales siguen distribuyéndose de forma más o menos equilibrada. Pero esa asimetría tiende a hacer que la mayor parte de nosotros desplacemos el centro de gravedad hacia la pierna derecha. Si alguna vez has hecho cola, si has esperado a que salga el equipaje por la cinta del aeropuerto, si has charlado con unos y otros en una fiesta o si te has pasado más de quince minutos de pie, sabes de qué te hablamos.

Apoyas el peso en la pierna derecha, mueves el pie izquierdo hacia delante, rotas la pelvis hacia abajo y hacia la derecha, dejas caer el hombro derecho, levantas la parte izquierda de la caja torácica. Al final, terminas con una pose muy parecida a la del David de Miguel Ángel. Adoptamos esta postura en parte debido a la gravedad (para compensar el peso del corazón), en parte para ayudar al funcionamiento de la sección más grande del diafragma, la derecha, y en parte porque los anclajes más fuertes de ese foliolo tiran de nosotros en esa dirección.

No obstante, también se debe a que somos diestros. Aunque seas zurdo, te inclinas hacia la derecha porque casi todo en la sociedad, desde los pomos hasta los automóviles, está diseñado para la ergonomía de los diestros. Al final, nos atascamos en esa postura orientada a la derecha. Adoptar una postura de forma repetida acaba provocando cambios neuroplásticos en el cerebro que la convierten en la norma. Y esa norma puede provocar problemas en otras partes del cuerpo, sobre todo en las articulaciones. El cuerpo humano no está diseñado para dejar uno de sus hemisferios quieto, por lo menos, no con comodidad. Está diseñado para el movimiento “recíproco”. Mientras caminamos, corremos, escalamos, gateamos o nos desplazamos del modo que sea por el ancho mundo sincronizamos los movimientos de las extremidades opuestas y vamos alternando el centro de gravedad entre la pierna izquierda y la derecha. Por lo menos, eso es lo que se supone que tiene que ocurrir. Muy pocos lo consiguen.

Respiración óptima

Para ayudarte a respirar de la mejor manera posible lo más recomendado es que el diafragma debe formar una cúpula. En esa posición, puede presionar contra las costillas, mejorar la estabilidad y conducir el aire hacia los pulmones mientras se contrae y se aplana. La zona en la que presiona contra las costillas se llama zona de aposición (ZOA).

Respiración típica

Los hábitos posturales y el estrés crónico provocan que las costillas se expandan y el diafragma quede contraído. Como resultado, se pierde la ZOA y el diafragma deja de ser un músculo respiratorio. Entonces respiramos sólo con los pulmones, el tipo de respiración menos eficaz.

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